miércoles, 28 de marzo de 2018

El Americanismo y el Colapso de la Iglesia en los Estados Unidos. IV

El Americanismo y el Colapso de la Iglesia en los Estados Unidos 

 Americanismo = Herejía 

Por el Dr. John Rao

Tomado de: http://www.traditionalcatholicpriest.com/
Traducido del inglés por Roberto Hope

 Parte IV 




Los dos Bandos Opuestos

Los portavoces Americanistas alenteron un número de contactos sensibles con no católicos, que aumentaron radicalmente la posibilidad de romper con la Iglesia. Rechazaban las peticiones de parroquias de lengua extranjera para inmigrantes y de una compartición étnica de obispados, independientemente del hecho de que una inmersión repentina en la cultura anglosajona pudiera significar también un ahogamiento en protestantismo. Algunos instaban a los católicos recién llegados a abandonar los centros urbanos para establecerse en el campo, donde el anti-romanismo reinaba. Muchos personajes Americanistas parecían avergonzarse de la idea de mantener un sistema escolar católico por separado, prefiriendo la educación estatal, suplida con instrucción religiosa. ¿Y qué de una exposición prolongada de los escolares, a profesoras que hayan sido educadas en un ambiente hostil hacia el catolicismo? Consideraban este problema una exageracíón.

Aun cuando nerviosos de una educación básica católica, soñaban con una universidad católica nacional, la actual Catholic University of America, que se hizo realidad durante los años 1880-90. Ésta era percibida por ellos como un instrumento para librarse del gueto, como un instrumento para alentar una contribución católica a la civilización americana en un espíritu de amistad. ¿Pero qué de la inclinación de la cultura nacional hacia la unanimidad, y de la probabilidad de que la “amistad” transformara a la intelectualidad católica en un grupo más de inconscientes aduladores de la línea de partido pluralista? ¿Y no había peligros en el llamado de los Americanistas a una colaboración católica y no católica en los sindicatos obreros?¿Podían los intereses de los trabajadores estar tan separados clínicamente de sus creencias personales, de manera que el ateísmo, protestantismo o catolicismo de un hombre no lo afectara de una manera significativa?

Los Americanistas, como ya fue observado, estaban mayormente motivados por su patriotismo a instar a establecer estos contactos y porque lo consideraban una necesidad práctica. Las entusiasmaba, tanto en lo público como en lo privado, su gratitud con los Estados Unidos por lo que sentían que los inmigrantes católicos habían ganado aquí. Trataban de demostrar a los católicos el aprovechamiento práctico que podían tener por la separación de Iglesia y Estado en los Estados Unidos Buscaban convencer a otros americanos de que una participación plena de los católicos en la vida nacional fortalecería aún mas a esta nación. Una vez que los Estados Unidos entraran en la competencia por adquirir colonias, muchos Americanistas se hicieron imperialistas fervientes. La Guerra Hispano Americana fue crucial para ellos, tanto como un medio de desplegar su patriotismo, como por la oportunidad que es daba de subrayar el valor de la contribución católica a la causa común.

¡Ay! Los Americanistas, como otros estadounidenses, fueron seducidos a confundir el verdadero patriotismo con la religión de la atomización, la democracia y el pluralismo. De la aceptación práctica y el uso de la singular experiencia americana en fueron conducidos a su glorificación como un bien superior en y por sí mismo. La adopción de la religión secular descrita en la sección anterior puede verse en declaraciones interminables y acciones simbólicas llevadas a cabo en los veinte años finales del siglo XIX. Está resumido de la mejor manera en una biografía del P. Isaac Hecker (1819-1888) fundador de los Paulistas, que se tratará más detalladamente más adelante.

Varios ejemplos bastarán para ilustrar my observación. Debido a que habían comenzado a ser atomizados en el sentido Puritano, los Americanistas con frecuencia no se alarmaban ante el prospecto de que se instara a los inmigrantes católicos a salirse de las ciudades. Veían a los Estados Unidos como un lugar en el cual los individuos ya no necesitaban los auxilios superficiales de sus antiguas comunidades católicas. Las culturas católicas más antiguas eran “débiles” y por lo tanto, comprensiblemente más dependientes de la autoridad, de directores espirituales, de milagros y de otras manifestaciones religiosas para mantener su espíritu. Eran de carácter “pasivo”. No es de sorprenderse que apreciaran las virtudes “pasivas” como lo obediencia, y que hubieran desarrollado tantas órdenes religiosas que se mantenían por votos perpetuos y métodos disciplinarios.

Ahora, sin embargo, América había creado el potencial para desarrollar individuos fuertes que podían ser “activos” en vez de “pasivos”, que fueran “ejecutores”, en vez de sirvientes obedientes. El Espíritu Santo se había volcado directamente en los auto-suficientes americanos de una manera que había querido hacer con los “pasivos” europeos. Por lo tanto, podían prescindir de ciertas ayudas autoritativas y visibles que otros pueblos católicos sí requerían. Como lo dijo un obispo americano en Lourdes, no ha habido apariciones de la Santísima Virgen María en los Estados Unidos porque los Americanos no las necesitan. Los Americanos católicos individuales podría sobrevivir más fructíferamente que aquéllos envueltos en el ambiente europeo medieval ricamente comunitario. Desafortunadamente, no entendía que estarían viviendo del menguante capital del pasado conforme se deshicieran de toda referencia a él.

De manera semejante, los Americanistas no estaben terriblemente temerosos de las escuelas estatales en los Estados Unidos porque suponían que las instituciones americanas estaban divinamente protegidas contra el error y el abuso. Más que ser productos de la necesidad, de la opción política y de la Constitución de los Estados Unidos, las libertades americanas y su separación Iglesia-Estado eran los más perfectos dones políticos y sociales que Dios hubiera dado al hombre. Eran magníficos por definición. Por lo tanto, nada que fuera guiado por ellos, como las escuelas estatales, podría jamás dañar al catolicismo.
Finalmente, el verdadero espíritu de los Americanistas está subrayado por el carácter de las declaraciones que hicieron acerca de la victoria de nuestro país en la guerra entre España y América. Los Americanistas mezclaron sus opiniones con el darwinismo social para expresar cuan natural fue en verdad esa victoria. Los pueblos latinos, argüían ellos, estaban sujetos a culturas decadentes y autoritarias. De ahí que aún tuvieran comportamiento pueril. América representaba una cultura superior, individualista anglosajona y su victoria dejaría libres a los habitantes del Caribe. Ciertamente, su victoria demostraba que el pendón de Dios y de la humanidad estaba en sus manos, América pronto habría de estar en un posición de poder esnseñar al mundo que la democracia, la separación de Estado e Iglesia y el rudo individualismo eran los mejores amigos del catolicismo,

Todos los elementos del Americnismo Puritano laicicizado están presentes en estas aseveraciones: atomización, desdén por Europa, y creencia en la misión divina de América. Desafortunadamente, la consecuencia de aceptar esta religión secular también comenzó a hacer su aparición: específicamente la minimización de la fe católica para hacerla encajar con un vago, insípido pluralismo fideísta. La insistencia en la superioridad de las virtudes “activas” como la del trabajo sobre las “pasivas” como la de la obediencia ya indican esta transformación. Así también lo indica la desatención del católico americano al arte y a la música. Asi también la voluntad de los Americanistas de presentarse en ceremonias en la Capilla de Harvard y en el monumento a Brigham Young en Utah. También el gesto de dar títulos dudosos como el de “La Religión Definitiva” a conferencias católicas por lo demás respetables ante el “Parlamento Mundial de Religiones”, que representa a todos, desde anglicanos hasta teosofistas y swamis.

Ninguno de estos acontecimientos fue pasado inadvertido por los opositores al Americanismo. Argumentaban que el Americanismo era, hasta cierto grado, simplemente un medio de adular el espíritu inaceptable de la vida americana. Los americanos no querían que lo sobrenatural interfiriera con sus vidas, insistían esos críticos, y los Americanistas estaban tratando de amoldarse a ellos declarando que sus intereses y aptitudes naturalistas eran motivaciones sobrenaturales de cualquier manera. El gobierno americano se había desarrollado de tal modo que había desterrado a la Iglesia de los asuntos políticos y sociales. Los laicistas ahora elogiaban este acontecimiento. Los Americanistas estaban tratando de congraciarse con esa gente, declarando la separación Iglesia – Estado como objetivo católico ideal. De hecho, lo que los Americanistas estaban diciendo era que las influencias protestante y de la Ilustración, como eran esas que habían construido los Estados Unidos, producen culturas superiores a las católicas. En lugar de menos autoridad y comunidad y manifestaciones sobrenaturales, argumentaban los anti-Americanistas, los Estados Unidos requerían de más de esto que lo que requerían otras naciones. La religión Americana sí proporcionaba algunas de las cosas que prometía, en particular beneficios materiales. Pero a menos que los Estados Unidos fueran permeados con lo sobrenatural, esta misma prosperidad expulsaría a Dios de la nación. Lo expulsaría no como un ateo lo desterraría, como una perversa superstición, sino como un ser sin consecuencias y superfluo que interfería con el consumo. Y lo haría bajo la envoltura de un lenguaje 

Tres cuestiones, más que cualesquier otras, llevó a la lucha entre los Americanistas y sus opositores a un punto crítico durante los años 1880s y 1890s, forzando a Roma a resolver el problema. Estas tres cuestiones fueron la Cuestión de los alemanes, el conflicto en la Catholic University y la publicación de la traducción francesa de la biografía del Padre Isaac Hecker escrita por el Padre Elliott.

La Cuestión de los alemanes entrañaba el debate sobre los esfuerzos de los católicos alemanes por proteger su identidad como grupo étnico. Se centraba alrededor de cuestiones de designación de obispos en los Estados Unidos con referencia a consideraciones étnicas, la factibilidad de parroquias de lengua extranjera y la cuestión de las escuelas católicas separadas. No enfrentaba a todos lo opositores del Americanismo desde el mismo lado de la barrera, ya que muchos anti-Americanistas sí creían en la necesidad, en última instancia, de una unidad de habla inglesa para este país. Lo que sí hizo eso, sin embargo, fue resaltar el poder de muchos de los portavoces Americanistas y demostrar la reverencia que le tenían a los Estados Unidos y a las instituciones americanas. Los alemanes se llegaron a amargar como resultado de este debate, tanto por lo que percibían que era una dominación irlandesa de la Iglesia y por la manera como algunos prelados Americanistas irlandeses parecían estar acusándolos de tener una mayor lealtad a Alemania que a los Estados Unidos. El hecho de que se hubieran llegado a hacer esfuerzos por el clero católico de llevar este conflicto de a iglesia a ser discutido ante el Congreso de los Estados Unidos era particularmente irritante. Muchos católicos alemanes se llegaron a convencer de que había tendencias heréticas y laicicistas que operaban tras bastidores y se dedicaron a exhibirlas a la luz pública.

Un segundo conflicto se centraba alrededor de la Catholic University. Desde antes de su nacimiento, la Catholic University había sido infestada de controversia que implicaba su propósito, su ubicación y su dirigencia. Un número de extranjeros habían sido contratados desde su inicio para trabajar como profesores en los Departamentos de Teología y de Filosofía. Muchos de los más directos entre ellos, incluyendo al P. Georges Périès, el P. Joseph Schroeder y Monseñor Joseph Pohle perciberon que la institución estaba siendo manipulada por una clique de Americanistas. El vigor con el cual atacaban las manifestaciones del espíritu Americanista las convirtieron en personae non grata en la Universidad. Con el tiempo acabaron siendo despedidos. Innecesario decirlo, asuntos personales tanto como cuestiones de substancia intervinieron en sus dificultades, pero eso está en la naturaleza del dilema humano. Una disputa Americanista / anti-Americanista estaba al fondo del problema. Al regresar a Europa, en revistas católicas francesas y alemanas, expusieron el carácter de aquéllo que  decían haber visto y oído en los Estados Unidos. Ellos también estaban convencidos de que se trataba de una sutil herejía.

Roma ya había concedido alguna credibilidad a las quejas de estos  hombres desde cuando todavía enseñaban en la Catholic University. León XIII había enviado un delegado apostólico a los Estados Unidos en 1893, el Arzobispo Satolli, quien había residido por un tiempo en el propio recinto universitario. Satolli llegó a compartir los temores

No obstante, la confrontación más importante que condujo a la intervención desde Roma surgió con la traducción hecha por el Abad Klein en 1897, de la biografía de Isaac Hecker escrita por el P. Elliott. El padre Hecker, fundador de los Paulistas, había sido partidario de “abrir las ventanas” hacia los Estados Unidos de una manera que recordaba a los Americanistas. Labradas en su lápida en la Iglesia de San Pablo Apóstol en Nueva York están sus propias palabras: “En la unión de la fe católica y la civilización americana... un futuro para la iglesia más luminoso que cualquier pasado”. El padre Klein, así como un número de “neo cristianos” renegados en Francia, sugería que el pluralismo y la separación Iglesia – Estado en América debería ser el modelo para los asuntos Europeos también. Esta universalización de lo que Roma reconocía ser una necesidad parroquial práctica en los Estados Unidos. Esta universalización de la cual los Americanistas también eran culpables, desató un debate serio tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo. Los exiliados de la Catholic University insistían que habían escuchado esta clase de argumentos todo el tiempo en los círculos académicos en los Estados Unidos. Los católicos germano-americanos lo entendían como un acompañamiento natural al anterior ataque contra su unidad étnica. Los proponentes del Americanismo parecían confirmar sospechas de sus intenciones viajando a dar conferencias en ultramar y comentando entre ellos el progreso de “El Movimiento”.

Sin embargo, los Americanistas negaban estar promoviendo el tipo de cosas que se hallaban en la biografía del P Hecker o en las declaraciones de los neo-cristianos. Insistían en que los europeos que los criticaban eran en realidad enemigos de los Estados Unidos. En cierto sentido, así era. Quienquiera que escriba o piense acerca del Americanismo inevitablemente tratará de analizarlo de una manera lógica. Debe organizar su análisis para llevarlo a cabo. Pero ya que uno de los aspectos esenciales del Americanismo es no tomar en serio las ideas y suponer que es simplemente apoyar un método práctico para alcanzar un bien, el Americanista, frecuentemente no ve la contradicción de la cual es culpable. Los Americanistas del Siglo XIX eran Católicos Romanos ortodoxos. Deseaban ser patriotas americanos. El patriotismo americano implicaba una adhesión incuestionable al Americanismo. Por lo tanto, trataban de ser católicos y Americanistas al mismo tiempo. Cuando se les explicaban las consecuencias lógicas de aceptar el Americanismo, reaccionaban de una manera típicamente Americanista: negaban la lógica. Ellos no tenían la intención de ser herejes. Por lo tanto, el Americanismo no podía ser una herejía, cuando proclamaba que los Estados Unidos eran el instrumento dado por Dios para la instrucción y el progreso del mundo. Además, los Americanistas estaban quizás en lo correcto al afirmar que sus enemigos eran enemigos de los Estados Unidos, pero sólo en el sentido en que los Estados Unidos y la religión Americanista se equiparan. He tratado de demostrar que esta equiparación no necesita tener lugar cuando existe una buena definición de patriotismo y de nación.


Roma encaraba un dilema desafortunado. El Americanismo era un error, pero parecía ser el caso de que sus proponentes no comprendían, ya sea el problema o el papel que jugaban en él. Entonces, Roma respondió de la única manera que parecía justa. Una carta, Testem benevolentiae fue enviada al Cardenal-Arzobispo de Baltimore en 1899, explicándole el peligro del Americanismo, absteniéndose de acusar a americano alguno de aceptar la doctrina, pero urgiéndoles a abandonarla si la hubieran aceptado. No fue esto suficiente para aplastar al monstruo.


(Continuará)

lunes, 12 de marzo de 2018

El Americanismo y el Colapso de la Iglesia en los Estados Unidos. III

 El Americanismo y el Colapso de la Iglesia en los Estados Unidos

  Americanismo = Herejía  

Por el Dr. John Rao

Tomado de: http://www.traditionalcatholicpriest.com/
Traducido del inglés por Roberto Hope

 Parte III  

El Americanismo y la Iglesia Católica

El Americanismo tenía que reaccionar contra el catolicismo con peculiar virulencia. Ciertamente estaba obligado a hacerlo. El catolicismo representaba todo lo que reprobaban las influencias principales de la Religión Americana. La Iglesia condenaba la doctrina de la depravación total y las consecuencias seculares que de ella brotaban. Ella no desdeñaba el principio de autoridad, el valor de la comunidad, la maravilla de las artes, y la gloria del cuerpo humano. Por lo tanto, ella no las abandonaba a manos de las tendencias pecadoras del hombre para ser moldeadas a voluntad, sino más bien buscaba dirigirlas hacia su desarrollo correcto. Roma no vio necesidad alguna de elogiar el modelo de gobierno americano. La Iglesia se sentía en casa en la ciudad. Sus tradiciones estaban atadas al legado de la polis grecorromana y la cultura brillante de la villa medieval. Además, el catolicismo había nutrido durante mucho tiempo una diversidad de culturas nacionales dentro de esa verdadera (aun cuando difícil de definir) unidad llamada Cristiandad. A su manera de ver, la armonía no implicaba acabar con las diferencias étnicas ni una minimización de la verdad universal ni una adulación del materialismo. Estaba dispuesta a sacrificar una idea corriente de paz a toda costa, estrechamente interpretada, a fin de lograr una paz que sobrepasara todo entendimiento. Otras fuerzas encontradas por el Americanismo pudieran encarnar una o dos creencias “erróneas”, fácilmente desactivadas e integradas en el gris dogma del pluralismo, pero el catolicismo era el enemigo encarnado.


La antipatía americana hacia la Iglesia era expresada de tantas maneras como reflexiones personales había del alma nacional. Los brutos quemaban conventos e iglesias en Filadefia. Los hombres de religión evocaban imágenes de María I de Inglaterra, la llamada Bloody Mary, tomadas del Book of Martyrs de Foxe [así llamado popularmente, pero realmente intitulado Actes and Monuments, historia protestante que narra el sufrimiento de los protestantes bajo la Iglesia Católica, particularmente en Inglaterra y Escocia. — N del T]. Incitaban a sus congregaciones a conmiserarse de los tormentos supuestamente infligidos a monjas que permanecían cautivas en calabozos de conventos. Los políticos se pusieron a trabajar con los Know-Nothings [así llamados los miembros del anti-católico Partido Americano. — N del T], con la American Protective Association [sociedad secreta antí-católica. — N del T]. Los intelectuales, cultivando lo que algunos han llamado el anti-semitismo de las clases educadas, presentaban estudios en Harvard y en Yale sobre el inevitable conflicto entre al catolicismo y la dignidad humana. Ninguno de estos “tipos” tenían por qué temer reproches serios. Cada uno estaba poniendo el credo nacional en acción según sus habilidades personales. Si el enemigo de la Religión Americana no podía ser devorado, entonces tenía que ser humillado y destruido.

Para la segunda mitad del Siglo XIX, dos puntos de vista distintos estaban en obvio conflicto con relación a la mejor manera de proteger a la Iglesia y a los católicos de los Estados Unidos. Uno de ellos estaba convencido de que la lucha entre el catolicismo y la sociedad americana era innecesaria. Desde hace mucho tiempo ésta ha sido llamada la postura Americanista. Este título es justificable, como podrá verse claramente abajo, ya que los partidarios de la postura Americanista gradualmente se fueron acercando a la fe americanista descrita en la sección anterior. Tres nombres sobresalen entre los proponentes más significativos de esa postura: el Obispo John Keane de Richmond, durante un tiempo rector de la Universidad Católica; Monseñor Denis O'Connell del Colegio Norte Americano de Roma, y el Obispo John Ireland de St. Paul [Minnesota]. El punto de vista opuesto tomó una actitud mucho más critica de las posibilidades de un acercamiento entre los Católicos y los Americanistas. Puede simplemente llamarse la visión anti-Americanista. El Anti-Americanismo tenía un conjunto de partidarios muy flexible. Los dirigentes de los católicos de habla alemana lo proponían con frecuencia. También así lo hacían algunos miembros del profesorado de la Universidad Católica. Obispos tales como Corrigan de Nueva York y McQuaid de Rochester se sentían más cómodos con su escepticismo que con el optimismo de la escuela Americanista.

Hay al menos cuatro buenas explicaciones del desarrollo de la postura Americanista. Dos de ellas son “positivas” de carácter en el sentido de responder a problemas reales. Dos son “negativas” pues reflejan desafortunadas preocupaciones que deberían ser suprimidas.

Los dos estímulos para el desarrollo del Americanismo eran el deseo de tener un verdadero hogar, y la conciencia de la explotación de los extraños católicos por los nacidos en los Estados Unidos. Europa estaba demasiado lejos, argüían los Americanistas, e improbable de volver a verse nuevamente por el grueso de los inmigrantes católicos. El gobierno americano, las condiciones de trabajo americanas y los vecinos americanos proporcionarían la estructura para su existencia por el resto de sus vidas. Si vinieran guerras, los ejércitos americanos pudieran exigir su sangre. De ahí que, mientras más pronto cortaran sus lazos con su ya perdido pasado europeo, tanto más pronto dejaran de verse como extranjeros en tierra extraña, mejor sería para su tranquilidad, su prosperidad material y la paz de la Iglesia. Los americanos con guión siempre serían americanos a disgusto y mal respetados.

Dos influencias negativas estaban presentes, sin embargo, en la forma de una reacción dañina ante el estatus de los Estados Unidos como tierra de misión, y en las ambiciones particulares de algunos miembros de un grupo étnico católico — los irlandeses. Ambas exigen una atención completa y por separado.

Los Estados Unidos eran un país de misión de tamaño enorme, que estaba bajo la supervisión de Propaganda [Sacra Congregatio de Propaganda Fide] en Roma. Requería de una vasta cantidad de ayuda del exterior a fin de sobrevivir. Qué pocos recuerdan ahora, por ejemplo, el hecho de que el episcopado americano había sido en un tiempo fuertemente sazonado con prelados franceses y que la enseñanza en los seminarios en este país estaba sujeta a una tremenda influencia gala.

Una de las dificultades de ser país de misión es el hecho de que resulta dolorosamente claro que el centro de las cosas está muy lejano. No hay lugares sagrados; no hay confesores o mártires o reyes santos; no hay un desarrollo de música o de arte o de teología o de ninguna de las marcas distintivas de una avanzada civilización católica. Los países de misión con frecuencia están entregados a una carrera por dejar de ser lo que son y alcanzar, por decirlo así, el centro de las cosas. Esto, sin embargo, es una tarea complicada y puede — o de hecho tiene que — tomar siglos para lograrse, si ha de crear raíces profundas.

Un pueblo tan “práctico” y “orientado a resultados” como es el americano considera el movimiento lento imposible de tolerar. Los Americanistas, sensibles a esta mentalidad, eran semejantes en espíritu. Seguro ¡la buena voluntad y el ingenio debieran ser capaces de hacer que la historia se mueva a mayor velocidad! ¿Qué mejor manera de acelerarla que el encontrar en el alma de América, lecciones católicas acerca de las cuales el resto del Cuerpo Místico de Cristo no conocía? En otras palabras ¿qué mejor manera de acabar con el estado de país de misión que el declarar que la periferia es el centro? De esa manera, el resto de la iglesia podría ser vista como el verdadero territorio de misión y los Estados Unidos como su mentor.

La segunda influencia negativa es la más difícil de tratar, porque parece ser la condenación de un pueblo entero, el irlandés. No es así. Muchos irlandeses estaban entre los más vigorosos oponentes del Americanismo, y el problema que estoy por tratar pudo bien haber sido uno inconsciente para los que no lo eran. No obstante, una comprensión completa del Americanismo como fenómeno histórico exige tocar la cuestión irlandesa de una manera que algunos pudieran considerar ofensiva.

Los católicos americanos de ascendencia germánica o francesa eran generalmente de un nivel cultural más alto que los demás. Los alemanes, por ejemplo, habían planificado cuidadosamente su emigración y se establecieron cómodamente a su llegada, y con frecuencia mantuvieron su interés en las manifestaciones externas de la alta cultura católica. Los católicos irlandeses, perseguidos durante siglos por los ingleses, no podían hacer lo mismo. Su única ventaja en su nueva patria es que podían hablar el idioma. En tanto continuara el estado de país de misión de la Iglesia en los Estados Unidos, junto con su énfasis en las glorias de las antiguas tradiciones, los franceses y los alemanes retuvieron una atadura cercana con el centro de las cosas. Tan pronto como esa tradición comenzara a debilitarse, y la estrella de América comenzara a subir en la Iglesia, entonces la fortuna irlandesa podría subir con ella. La clave para entender las “enseñanzas” americanas sería el idioma inglés, no el cultivarse, y en este esfuerzo, los germanos y los galos podían ser superados. Irónicamente, como algunos lo han señalado, una conexión irlandesa con el Americanismo involucraría a los celtas en una glorificación del logro anglosajón “enemigo”.

Así como pueden señalarse influencias positivas y negativas en el desarrollo de la actitud Americanista, un conjunto dual de factores es responsable de la evolución de la postura opuesta. La hostilidad hacia el Americanismo era debida ciertamente a temores respecto a sus efectos sobre el corpus de las enseñanzas católicas y las prácticas de los fieles. También era el producto de ciertos celos acerca de los éxitos de los dirigentes Americanistas entre el segmento dominante de la sociedad de este país. Además, el orgullo étnico alemán y su sentido de superioridad cultural pudo también haber jugado un papel independientemente de las cuestiones involucradas.

Los Americanistas estaban probablemente en lo correcto al insistir en la necesidad de una participación católica incondicional en la sociedad americana. El catolicismo, después de todo, tiene una visión de participación completa en todas las formas de vida comunitaria. No es saludable para los católicos sustraerse de esta visión. Cuando se sustraen así tienden a crear comunidades sustitutas que los protegen temporalmente de la realidad que los rodea pero que no pueden dejar afuera permanentemente. Se vuelven sectarios en su comportamiento, a veces hasta enferman psicológicamente, como muchos seguidores de ciertos cultos protestantes. Cuando tiene lugar esta sustracción dentro de un ambiente ya protestante como el de los Estados Unidos, el potencial de locura es incalculable. La existencia de una sociedad no católica es siempre una tragedia, y una que mutila muchos de los mejores esfuerzos de lidiar con ella. Es concebible que una victoria completa de los anti-Americanistas pudiera haber entrañado el desarrollo de una verdadera mentalidad de gueto con impredecibles consecuencias heterodoxas laterales. También es concebible que podía haber dejado a la iglesia en los Estados Unidos como una serie de iglesias coloniales dependientes de gobiernos y tradiciones extranjeros, incitando así temores nativistas bastante racionales.

No obstante, el entusiasmo y el tipo de argumentos con los cuales los Americanistas promovieron la difícil empresa de establecer contacto con la sociedad americana manifiestan su ineptitud para la tarea. Parece haber quedado bastante claro que su deseo de “encajar” en la vida americana les causó hacerse demasiado despreocupados de los peligros de caer en un “resbalón” en la fe: que al manifestar su “patriotismo” comenzaron a profesar la “religión” de los Estados Unidos, y que, finalmente, su adopción de esta falsa religión patriótica comenzó a hacerles doblegar su catolicismo a las exigencias de la cultura anodina y pluralista que los rodeaba. En otras palabras, fueron conquistados por el Americanismo y se hicieron portavoces de su conquistador.